miércoles, 23 de enero de 2008

Tecnología para comunidad wayúu

Foto: Alejandro Ybáñez
Una carta que hace historia

Niños wayúu aprenden a usar su primera computadora

Una pequeña escuela de la Guajira venezolana cambia la sombra de los árboles, las altas temperaturas y los pisos de tierra árida por salones de clases y un laboratorio de computación

Las líneas que Sorimar Gutiérrez escribió en 2005 cambiaron la vida de casi 300 niños Wayúu. Ella tenía 11 años de edad y cursaba sexto grado en la Unidad Educativa Jesús Redentor, una pequeña escuela de educación primaria ubicada en un caserío del municipio Mara, a 45 minutos en carro de Maracaibo, estado Zulia. Por allá, casi todas las calles son de tierra y todavía hay quien cocina con leña. Es una zona conocida por la siembra de yuca y el pastoreo de caprinos. Muchos niños suelen llegar tarde a clases porque, antes de que el sol comience a despuntar, deben ayudar a sus familias a pastorear. Y algunos, los que viven más lejos, caminan hasta 5km para llegar a la escuela.

Allí, al igual que los demás estudiantes, Sorimar recibía clases a la sombra de los árboles de mamón y tapara porque no había salones. “Esto no era una escuela. Casi no teníamos pupitres, así que algunos nos sentábamos sobre algunas tablitas o en el puro piso. Como tampoco teníamos pizarrón, las clases eran dictadas. Nos tostábamos en medio del sol, nos caían bichos de las matas y cada vez que llovía perdíamos la clase”.

En ese entonces, ella era la presidenta del Comité de los Derechos del Niño, una suerte de centro de estudiantes que vela por el bienestar de la comunidad estudiantil. Sorimar se reunió con su equipo de trabajo y redactó una carta dirigida a Patricia Velásquez, top model y actriz, y creadora de la Fundación Wayúu Tayá. En la epístola, ella y sus compañeros le pedían a Velásquez que los ayudara a obtener cinco salones de clases y un aula virtual. “En nuestra escuelita no hay nada. No hay materiales deportivos, biblioteca, televisor, VHS, entre otros. Patricia, tú eres la única persona que está ayudando a los indígenas. Ayúdanos a ser personas preparadas para enfrentar nuestro futuro con bases sólidas”. Todo el comité firmó la carta. Luego, Sorimar y el director de la escuela, José Luis Molero, se encaminaron hasta la fundación para entregar la misiva.

La misión no fue fácil. Ese mismo día Patricia Velásquez estaba inaugurando el Tepichi Talashi, un preescolar para niños wayúu. El lugar estaba lleno de gente, hacía mucho calor. Para poder acercarse a su objetivo, Molero se hizo pasar por periodista. “En todas las fotos de la inauguración aparezco yo cerquita de Patricia. Le hicimos llegar la carta a Patricia pasándola de mano en mano”.

En 2006 la Unidad Educativa Jesús Redentor estrenaba sus dos primeros salones de clases gracias al aporte de la Fundación Wayúu Tayá y de la Embajada de Estados Unidos. Fue allí cuando Sorimar conoció en persona a su benefactora. “Patricia me dijo que todo lo que pedía en mi carta se iba a hacer realidad. Que ella nos iba ayudar a conseguirlo”. Y así fue.

Hacia lo tangible
La empresa Hewlett-Packard siempre había sido el patrocinante tecnológico de la Fundación Wayúu Tayá. Por ello, al recibir la carta de Sorimar, la fundación contactó a la empresa.

Así, a finales de 2007, HP abrió las puertas de tres aulas de clases y un laboratorio virtual equipado con 11 computadores, una impresora, un proyector de videos, una pantalla de proyección y una cámara digital en la Unidad Educativa Jesús Redentor. La empresa obtuvo los fondos para realizar este proyecto a través de su programa corporativo Tecnología para la Educación y de la Ley Orgánica de Ciencia, Tecnología e Investigación (LOCTI). En total, se sumaron 144.000 millones de bolívares que se emplearon para la construcción de las aulas y dotación del laboratorio.

Cuando todo estuvo listo, el voluntariado de HP dictó talleres a toda la comunidad educativa para enseñarles cómo usar y mantener en buen estado los computadores. “Los profesores aprendieron cómo utilizar la tecnología para mejorar el aprendizaje de los estudiantes y los niños aprendieron a usar programas como Microsoft Word y Microsoft Encarta”, relata Bladimir Aguilera, Coordinador del voluntariado de HP.

Actualmente, 300 niños de los cuales 90% pertenecen a la etnia Wayúu saben usar computadoras. “Están tan contentos que no se quieren ir de clases”, comenta con ánimo Molero, director de la escuela. Sorimar, en cambio, nunca saboreó los frutos que arrojó su carta: cuando las aulas y computadores llegaron, ella estaba cursando bachillerato en otra escuela. “A pesar de que yo no pude disfrutar de las instalaciones estoy muy agradecida con la Fundación Wayúu Tayá y con HP. No tengo palabras para decir lo que siento. Los niños están muy emocionados porque ahora saben utilizar computadores. Cuando me ven me dicen: ‘Gracias, Sori’. Pero yo les digo que no me tienen que dar las gracias a mí sino a Patricia y a HP”.

Software bilingüe
Para principios de este año HP espera instalar en las computadoras un software educativo bilingüe para brindarles a los niños la adquisición y manejo tanto de su lengua materna —el wayuunaiki— como del español. “Antes sólo hablaban wayuunaiki en la casa, ahora lo van a aprender en la escuela para que se sientan orgullosos de su idioma”, señala María Alexandra Semprún de la Fundación Wayúu Tayá.

El programa también incluye contenidos acerca de la historia, costumbres y tradiciones de la comunidad Wayúu para que los niños refuercen su sentido de pertenencia a la etnia y se sientan orgullosos de lo que son. Este software está siendo desarrollado por la Fundación Wayúu Tayá y el voluntariado de HP con apoyo de Microsoft. “Nosotros creemos que la tecnología es habilitadora de desarrollo. Este aporte, más que sacar a los indígenas Wayúu de su cultura, es una herramienta que les permite progresar dentro de ella”, comenta Paola Caprile, Gerente de Mercadeo Corporativo y Soluciones Tecnológicas de HP.

Más niños
Antes de que Sorimar escribiera la carta, la Unidad Educativa Jesús Redentor contaba con aproximadamente 165 estudiantes. Luego de que la Fundación Wayúu Tayá construyera las dos primeras aulas, la población estudiantil ascendió a 250. Y ahora, con cinco aulas de clases y un laboratorio, la escuela les imparte clases a 300 niños. “Con la primera construcción se disparó la matrícula. Todavía hay 3 salones que ven clases debajo de los árboles. Necesitamos 3 aulas de clases más”, relata Molero.

Para él, sería ideal que se realizaran iniciativas similares en otras escuelas de la región que se encuentran en la misma condición en que ellos estaban hace dos años. Una de esas escuelas, por ejemplo, es la Unidad Educativa Teniente Pedro Camejo, donde Sorimar está cursando actualmente noveno grado de bachillerato. Los estudiantes de esta escuela reciben clases en las tardes en las instalaciones de la Unidad Educativa Jesús Redentor porque las suyas no están listas. Así, luego de dos años, Sorimar disfruta por primera vez las aulas que ayudó a construir. “Ahora estamos viendo clases acá porque la institución apenas la están construyendo. Nosotros no usamos el laboratorio, sólo las aulas. Hay muchas escuelas que están en la misma situación que nosotros. Sería bueno que las ayudaran”.

Sorimar, al contrario de la mayoría de sus compañeros, es criolla. “Yo no sé decir ni ‘Hola’ en wayuunaki”. Sin embargo, comparte la misma situación de acceso a la educación que muchos niños wayúu y de otras comunidades indígenas. Según la base de datos del Ministerio de Educación, Ciencia y Deporte (MECD) para 2001-2002, la oferta educativa en las comunidades indígenas de Venezuela es escasa y de baja calidad. Se estima que existen aproximadamente 824 escuelas distribuidas en los municipios con población indígena por todo el territorio nacional y que se localizan en las zonas más pobladas.

La mayoría de estas escuelas no cuentan con todos los grados por lo que muchos niños y niñas —como es el caso de Sorimar— deben cambiar de escuela para continuar sus estudios. Sin embargo, sólo entre 20% y 30% de los niños que culminan tercer grado tienen acceso a cuarto grado. El resto abandona los estudios porque no hay escuelas o porque éstas quedan muy lejos de su hogar.

El Censo de Comunidades Indígenas realizado por el Instituto Nacional de Estadística (INE) en 2001 refleja que 42,6% de la población indígena masculina y 52,9% de población indígena femenina de 15 años y más no posee ningún nivel educativo. Es decir, la mitad de la población indígena adolescente femenina y casi la mitad de la población indígena adolescente masculina jamás han ido a la escuela.

Sorimar escribió la carta por todas razones. Ella y todos sus compañeros sabían que tenían el derecho de estar mejor. Todavía lo saben. “Lo que me movió a escribir la carta fue la situación en que estaban todos los niños y la escuela. No pensé sólo en mí, me concentré en todos ellos”.

1 comentario:

seccion 1c dijo...

me alegra mucho que esta población logre el acceso a este tipo de tecnología, lo que me preocupa es que ésta los arrope y les robe su costumbre y tradición que por mucho tiempo han mantenido.

BÁRBARA RAMÍREZ